Soldado del espíritu, el investigador defiende a su patria con el microscopio, la balanza, la retorta o el telescopio (Santiago Ramón y Cajal)

16 diciembre, 2011

Sánchez Pérez y los matemáticos árabes españoles

En el año 1917 la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales convocó un concurso sobre el tema “Monografías histórico-científicas de matemáticos españoles anteriores al siglo XVIII”, en el contexto de los que podrían ser los últimos coletazos de la famosa polémica de la ciencia española y que, en este sentido, contaba con partidarios de que había habido una ciencia hispanoandalusí, entre los que estaba Marcelino Menéndez Pelayo (18456-1912), y otros que negaban su existencia, como el polifacético José de Echegaray (1832-1916).

09 diciembre, 2011

Juan Téllez y Vicén, impulsor de la Veterinaria española

Cabeza de Buey, en la actual provincia de Badajoz, vio nacer en 1830 a Juan Téllez y Vicén uno de los impulsores de la veterinaria española.
En 1835 se crea en España la Facultad de Veterinaria; sin embargo, y como suele ocurrir en casos semejantes, la tradición ejerce su poderosa influencia de manera que “los primeros estudiantes, hijos de los albéitares, ingresaron en la Escuela teniendo nociones del “arte de herrar”, y a todos les exigía la Ordenanza de 1800 la “robustez que se requiere para los ejercicios de fragua y herrado”, a cuyas prácticas se les concedió siempre mucha importancia en los primeros planes de enseñanza” (Sanz Egaña) .

02 diciembre, 2011

Científicos y catedráticos de Instituto

En la década de los 40 del siglo XIX, el gran impulso dado por el que fuera académico de la Española, y de la de Bellas Artes, Antonio Gil y Zárate (1793-1861) hizo que se crearan los Institutos de Bachillerato, hoy conocidos con el nombre de Institutos de Enseñanza Secundaria. En efecto, por un Real Decreto del 17 de septiembre de 1845 del político Pedro José Pidal, se creaban en España los Institutos Provinciales de Segunda Enseñanza.

25 noviembre, 2011

Una descripción de la sangría en el siglo XVII

Los cirujanos españoles de los siglos XVI y XVII no tenían una enseñanza reglamentada de la cirugía, si bien, para poder ejercer como tales, debían justificar haber practicado durante cuatro años en algún hospital, o población donde hubiera un cirujano. Aunque en casi toda Europa había una significativa diferencia intelectual entre médicos y cirujanos, en España e Italia esas dos profesiones se habían aproximado científicamente de tal manera que en algunas localidades había escuelas de cirujanos gobernadas por médicos, se habían creado cátedras de cirugía en importantes universidades españolas e italianas y había profesionales de la medicina dedicados a esa especialidad.

18 noviembre, 2011

Ramon y Cajal y su tiempo

Santiago Ramón y Cajal fue un hombre de su tiempo y contrariamente a los modelos que se crean del hombre de ciencia, una persona ocupada de los sucesos de su época, en muchos de los cuales se implicó durante toda su vida. Cajal no es el sabio ajeno a su mundo, no es un hombre aislado de la sociedad en la que vive.
El primer día de mayo de 1922 don Santiago cumplía 70 años y, consecuentemente, se jubilaba como catedrático. Se hacía pues necesario rendir un homenaje a la más importante de las figuras científicas españolas. Unos meses antes, el diputado Julián Van Baumberghen presentó una proposición a las Cortes con el fin de que se concediera al sabio de Petilla de Aragón una pensión anual vitalicia de cinco mil duros. Contrariamente a lo que la lógica y el sentido común exigen, uno de los ministros, Gabino Bugallal, se opuso y... ¡mayoritariamente! fue rechazada la propuesta. El ministro alegó que una nómina de por vida suponía “sentar un mal precedente” ¿A qué se refería el político? ¿Quizás a que si en España había muchos hombres como don Santiago las arcas del Estado iban a desfallecer? ¿O quizá no consideraba suficiente la labor intelectual del científico español?

10 noviembre, 2011

Pruebas de fertilidad en "El hereje"

No cabe la menor duda de que Miguel Delibes es uno de los mejores novelistas españoles del siglo XX. Galardonado con infinidad de premios, una de sus últimas novelas, El hereje, es un estupendo relato del Valladolid de Carlos V en el que se dan cita algunos aspectos de la medicina de la época.
En las primeras páginas de la obra aparece un interesante personaje, Francisco Almenara, creado por la imaginación del novelista castellano.

03 noviembre, 2011

El cirujano Francisco Arceo

En 1493 nació en Fregenal de la Sierra, en la actual provincia de Badajoz, uno de los más eminentes médicos de la España de la época: Francisco Arceo. Su vida estuvo ligada a Extremadura: completó su formación médica, adquirida en la Universidad de Alcalá, con la que proporcionaban los hospitales de Guadalupe, en los que sabemos que trabajaba en 1516; además, ejerció su profesión en Llerena, Fuente de Cantos y Badajoz.

20 octubre, 2011

Unas oposiciones de Severo Ochoa

Es el año 1935 y Juan Negrín propone al que había sido su discípulo en la Universidad Central de Madrid y en la Residencia de Estudiantes, Severo Ochoa Albornoz (1905-1993), para que se presente a las oposiciones que se han convocado para cubrir la plaza de catedrático de Fisiología en la Universidad de Santiago de Compostela. Ochoa se muestra reacio ya que el futuro premio Nobel sólo desea trabajar en la investigación. Sin embargo, su antiguo maestro le convence para que se presente a la cátedra porque con una plaza fija en la Universidad podrá tener más medios para investigar.

13 octubre, 2011

Obras no científicas de Santiago Ramón y Cajal

No se trata de hacer un repaso pormenorizado de las obras no científicas del sabio español, bastará anotar que son textos de fácil lectura que constituyen una ayuda excelente a la hora de forjar la estatura espléndida de la personalidad cajaliana: las Impresiones de un arterioesclerótico, subtítulo de su libro El mundo visto a los ochenta años, son una muestra de la obsesión de Cajal por la decadencia física de la persona. Era un hombre extraordinariamente preocupado por la vejez, más que como anticipo de la muerte, por el declinar intelectual que supone, declinar que, casi, no tuvo nada que ver con él, pues sus sinapsis neuronales funcionaron admirablemente hasta los últimos instantes de su existencia.

06 octubre, 2011

Jovellanos, un hombre lúcido

Podemos considerar, grosso modo, que la separación entre las disciplinas de ciencias y las de letras empieza en el siglo XIX. Antes existe un apoyo a la formación completa. Al menos, algunos hombres con responsabilidades políticas de la España ilustrada así lo entendieron.
Por ejemplo, Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811), un hombre del derecho y la economía, tiene discursos extremadamente lúcidos a la hora de abordar el asunto que nos ocupa.

29 septiembre, 2011

Fernán Pérez de Oliva y la navegación del Guadalquivir

Fernán Pérez de Oliva (1494-1533) es una personalidad poco conocida del siglo XVI español, un hombre que, como los intelectuales de su siglo, orientaba su actividad hacia el mundo de la cultura, sin diferenciación entre las ciencias y las letras.
Fue educado por su padre primero y por los profesores de la Universidad de Salamanca, de la Complutense y de la Sorbona después. En la ciudad francesa tuvo como maestro a Juan Martínez Silíceo (1477-1557), el que fuera matemático y cardenal. Volvió a su Córdoba natal en 1524 y dos años más tarde fue a Salamanca a ejercer como sustituto del Maestro Margallo y de Silíceo.

23 septiembre, 2011

Las científicas Barnés González: un modelo

No es demasiado difícil encontrar conjuntos familiares en los que algunos miembros se dedican a la misma actividad intelectual. Es un poco más arduo encontrar una saga con personas que hayan realizado una actividad científica relevante, pero se hace casi imposible hallar una familia en la que casi todas sus mujeres se dedicaron con éxito a la actividad intelectual... ¡en el primer tercio del siglo XX!
Francisco Barnés Salinas (1877-1947) fue un catedrático de Historia de Instituto que obtuvo el escaño de diputado en 1931 y fue ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes en 1993, con el gobierno de Manuel Azaña, y después, en 1936 en el de Santiago Casares Quiroga primero y José Giral, después. Francisco casó con Dorotea González y tuvieron tres hijos y cuatro hijas: Dorotea, la mayor, nació en Pamplona en 1904, pero su padre se trasladó al Instituto de Ávila y en la población castellana nacieron Adela (1908) y Ángela (1912), la única que no se dedicó a la ciencia. Petra nació en Madrid (1910).
Dorotea Barnés estudió Ciencias Químicas en la Universidad Central de Madrid. En 1929, sin terminar la carrera, marcha a los Estados Unidos con una beca del Smith College de Northampton, en Massachussets, y una ayuda de la JAE.  Allí realizó algunos estudios de química con Mary Louise Foster —la que fuera directora, durante sus dos primeros años de funcionamiento, del laboratorio de Química de la Residencia de Señoritas— y de análisis espectral con Gladis Anslow (1892-1969), una física destacada en esa especialidad. Estas tres mujeres, Foster, Anslow y Barnés, publicaron en 1930 un trabajo sobre las algunas características químicas y el espectro de absorción de la cistina en una de las revistas científicas de bioquímica de mayor prestigio internacional, antes y ahora: The Journal of Biological Chemistry. Con este trabajo obtuvo el Master Degree of Science del Smith College. El curso siguiente nuestra científica obtuvo una beca para trabajar en química en la Universidad de Yale, en Connecticut.
Obtiene el grado de Licenciado en 1931, con Premio extraordinario y poco después alcanza el de Doctora. En ese mismo año empieza sus investigaciones en la Sección de Espectroscopía del Instituto Nacional de Física y Química, sección que dirigía Miguel Catalán Sañudo (1894-1957). Después, continuó trabajando como becaria en espectroscopía y obtuvo la cátedra de Física y Química del Instituto Lope de Vega de Madrid.
La Guerra Civil hizo que se exiliara, aunque el matrimonio ya le había alejado de su labor investigadora: “a mí me retiró de la ciencia mi marido”, declaró en 1996.
Su hermana Adela estudió la carrera de Químicas, licenciándose en 1932 en la Universidad Central de Madrid con Premio Extraordinario.
Desde 1931 y hasta 1936 trabajó con Enrique Moles (1883-1953) en el Instituto Nacional de Física y Química. En esta época ejerció como profesora ayudante en la cátedra de Química Inorgánica que Moles desempeñaba en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Madrid.
Estaba en un congreso en París cuando empezó la Guerra Civil y no volvió a España. Se exilió a Méjico, donde trabajó de ayudante de Química Orgánica y Análisis Químico con José Giral (1879-1962), suegro de su hermana Petra, en la Escuela de Ciencias Biológicas del Instituto Politécnico Nacional, donde se jubiló.
La tercera de las hermanas científicas, Petra, estudió Farmacia en la Universidad madrileña, donde se licenció en 1933 con Premio Extraordinario. Al finalizar los estudios su padre no la dejó (tampoco a la menor de las hermanas, Ángela) que realizara los cursos de capacitación para ser profesoras de Instituto. Investigó con Antonio Medinabeitia (1890-1974) en la Universidad Central y en el Rockefeller.
En cualquier caso, Petra emparentó con una familia de científicos y políticos, los Giral; con Francisco Giral González (1911-2002) se casó en 1932.  Después de la Guerra Civil el matrimonio se  exilió a Méjico y los esposos Giral trabajaron en el Centro Politécnico Nacional. Allí descubrieron juntos la fórmula de la giralgenina .
Petra trabajó, hasta su jubilación, en diversos laboratorios y falleció en 1992.

15 septiembre, 2011

Pedro de Cieza de León: un magnífico relato de Ecología del Nuevo Mundo (y II)


“Pues tornando a esta provincia de Santiago de Puerto Viejo, digo que los indios desta tierra no viven mucho. Y para hacer esta experiencia en los españoles, hay tan pocos viejos hasta agora, que más se han apocado con las guerras que no con enfermedades. De esta línea hasta la parte del polo Artico está el trópico de Cáncer cuatrocientas y veinte leguas della, en veinte y tres grados y medio, donde el sol llega a los 11 de junio y nunca pasa dél; porque desde allí da la vuelta hacia la misma línea equinocial, y vuelve a ella a 13 de setiembre, y por el consiguiente, desciende hasta el trópico de Capricornio otras cuatrocientas y veinte leguas, y está en los mismos veinte y tres grados y medio. Por manera que hay distancia de ochocientas y cuarenta leguas de trópico a trópico. A esto llamaron los antiguos la tórrida zona, que quiere decir tierra tostada o quemada, porque el sol en todo el año se mueve encima della.
Los naturales desta tierra son de mediano cuerpo, y tienen y poseen fertilísima tierra, porque se da gran cantidad de maíz y yuca y ajes o batatas, y otras muchas maneras de raíces provechosas para la sustentación de los hombres. Y también hay gran cantidad de guayabas muy buenas, de dos o tres maneras, y guabas y aguacates y tunas de dos suertes, las unas blancas y de tan singular sabor, que se tiene por fruta gustosa; caimitos y otra fruta que llaman cerecillas. Hay también gran cantidad de melones de los de España y de los de la tierra, y se dan por todas partes muchas legumbres y habas, y hay muchos árboles de naranjos y limas y no poca cantidad de plátanos, y se crían en algunas partes singulares piñas [La enumeración de Cieza es tan precisa que le lleva a informar de la existencia de dos o tres variedades de guayabas y otras tantas de tunas]; y de los puercos que solía haber en la tierra hay gran cantidad, que tenían (como conté hablando del puerco de Urabá) el ombligo junto a los lomos, lo cual no es sino alguna cosa que allí les nace, y como por la parte de abajo no se halla ombligo, dijeron serlo lo que está arriba [Se trata de un Tayassúido, conocido con el nombre de pecarí y que los zoólogos denominan Tayassu taiacu.  Aunque ya Gonzalo Fernández de Oviedo habla de que este animal posee el ombligo en medio del espinazo, el primero que intuye que no es el ombligo sino “alguna cosa que allí les nace” es Cieza. Se trata, en efecto de una glándula odorífera que, en estos animales, tiene una situación dorsal.] y la carne destos es muy sabrosa. También hay de los puercos de la casta de España y muchos venados de la más singular carne y sabrosa que hay en la mayor parte del Perú. Perdices se crían no pocas manadas dellas, y tórtolas, palomas, pavas, faisanes y otro gran número de aves, entre las cuales hay una que llaman xuta, que será del tamaño de un gran pato; a ésta crían los indios en sus casas, y son domésticas y buenas para comer. También hay otra que tiene por nombre maca, que es poco menor que un gallo, y es linda cosa ver las colores que tienen y cuán vivas [La xuta y el maca de los que habla Cieza son la juta y el macá, que son respectivamente una variedad de ganso doméstico y una Colimbiforme que científicamente se denomina Podilymbus podiceps]; el pico destas es algo grueso y mayor que un dedo, y partido en dos perfectísimas colores, amarilla y colorada. Por los montes se ven algunas zorras y osos, leoncillos pequeños y algunos tigres y culebras; pero, en fin, estos animales antes huyen del hombre que no le acometen. Otros algunos habrá de que yo no tengo noticia. Y también hay otras aves nocturnas y de rapiña, así por la costa como por tierra dentro, y algunos cóndores y otras aves llamadas gallinazas hediondas, o por otro nombre auras [El aura es el buitre de cuello rojo, Cathartes aura; pertenece al orden de las Falconiformes, lo mismo que el recién nombrado cóndor, Vultur gryphus]. En las quebradas y montes hay grandes espesuras, florestas y árboles de muchas maneras, provechosos para hacer casas y otras cosas; en lo interior de algunos dellos crían abejas, que hacen en la concavidad de los árboles panales de miel singular. Tienen estos indios muchas pesquerías, a donde matan pescado en cantidad; entre ellos se toman unos que llaman bonitos, que es mala naturaleza de pescado, porque causa a quien lo come calenturas y otros males.Y aun en la mayor parte desta costa se crían en los hombres unas verrugas bermejas del grandor de nueces, y les nascen en la frente y en las narices y en otras partes; que, demás de ser mal grave, es mayor la fealdad que hace en los rostros, y créese que de comer algún pescado procede este mal. Como quiera que sea, reliquias son de aquella costa, y sin los naturales, ha habido muchos españoles que han tenido estas verrugas [Parece que la enfermedad mortal a la que se refiere el cronista es la uta. Esta enfermedad está producida por el protozoo Leishmania tropica].

08 septiembre, 2011

Pedro de Cieza de León: un magnífico relato de Ecología del Nuevo Mundo (I)


En la importante obra de Pedro de Cieza de León, La crónica del Perú (1553), abundan la referencias ecológicas pero es en el capítulo XLVI de la misma donde hace un relato espléndido de un ecosistema; entremezcla datos geográficos, etnográficos, antropológicos, botánicos, zoológicos, relaciones interespecíficas, etc. Primeramente sitúa la región que va a describir de manera global, encuentra concordancia entre la benignidad del clima y la variedad de formas naturales, ubica exactamente la provincia de Puerto Viejo, refiere los vegetales de la comarca, las especies zoológicas y las relaciones entre las diferentes especies.
“El primer puerto de la tierra del Perú es el de Pasaos, y dél y del río de Santiago comenzó la gobernación del marqués don Francisco Pizarro, porque lo que queda atrás hacia la parte del norte cae en los términos de la provincia del río de San Juan; y así, se puede decir que entra en los límites de la ciudad de Santiago de Puerto Viejo, donde, por ser esta tierra tan vecina a la equinocial, se cree que son en alguna manera los naturales no muy sanos.
En lo tocante a la línea, algunos de los cosmógrafos antiguos variaron, y erraron en afirmar que por ser cálida no se podía habitar. Y porque esto es claro y manifiesto a todos los que habemos visto la fertilidad de la tierra y abundancia de las cosas para la sustentación de los hombres pertenecientes, y porque desta línea equinocial se toca en algunas partes de esta historia, por tanto daré aquí razón de lo que della tengo entendido de hombres peritos en la cosmografía; lo cual es que la línea equinocial es una vara o círculo imaginado por medio del mundo, de levante en poniente, en igual apartamiento de los polos del mundo. Dícese equinocial porque pasando el sol por ella hace equinocio, que quiere decir igualdad del día y de la noche. Esto es dos veces en el año, que son a 11 de marzo y 13 de setiembre. Y es de saber que (como dicho tengo) fue opinión de algunos autores antiguos que debajo desta línea equinocial era inhabitable; lo cual creyeron porque, como allí envía el sol sus rayos derechamente a la tierra, habría tan excesivo calor, que no se podría habitar. Desta opinión fueron Virgilio y Ovidio y otros singulares varones. Otros tuvieron que alguna parte sería habitada, siguiendo a Ptolomeo, que dice: “No conviene que pensemos que la tórrida zona totalmente sea inhabitada.” Otros tuvieron que allí no solamente era templada y sin demasiado calor, mas aun templadísima. Y esto afirma San Isidoro en el primero de las Etimologías, donde dice que el paraíso terrenal es en el oriente, debajo de la línea equinocial, templadísimo y amenísimo lugar. La experiencia agora nos muestra que, no sólo debajo de la equinocial, mas toda la tórrida zona, que es de un trópico a otro, es habitada, rica y viciosa, por razón de ser todo el año los días y noches casi iguales. De manera que el frescor de la noche templa el calor del día, y así continuo tiene la tierra sazón para producir y criar los frutos. Esto es lo que de su propio natural tiene, puesto que accidentalmente en algunas partes hace diferencia”.

01 septiembre, 2011

"La evolución", un libro clave de la biología española

Miguel Crusafont Pairó (1910-1983) nació la ciudad barcelonesa de Sabadell. Se había licenciado en Farmacia (1933), pero desde muy joven sintió un gran interés por la paleontología y hacía excursiones buscando los fósiles de mamíferos del Mioceno que se encontraban próximos a su localidad natal. De hecho, su formación académica fue completada después de la Guerra Civil con la licenciatura (1948) y el doctorado (1950) en Ciencias Naturales.
Crusafont fue uno de los primeros científicos españoles que explicaron la teoría de la evolución. Sobre este último asunto realizó un importante trabajo de divulgación que expuso en numerosas conferencias, cursillos y libros. Así, sus numerosos artículos al respecto culminaron en un libro de más de 1000 páginas escrito en colaboración con Bermudo Meléndez y Emiliano Aguirre: La Evolución, que apareció en 1966, que tuvo una segunda edición en 1974 y que ha sido, en España, punto de referencia sobre dicho asunto. En este sentido, Crusafont estuvo muy influido por el pensamiento cosmológico de Teilhard de Chardin (1881-1955), de forma que fue el primer español que escribió sobre el ideario del jesuita francés.
El ferrolano Emiliano Aguirre Enríquez (1925), además de haber estudiado  Humanidades y Filosofía en la Facultad Eclesiástica de Alcalá (1944-1950), se licenció en Ciencias Naturales por la Universidad de Madrid (1955), doctorándose en Ciencias Biológicas (1966) en la misma Universidad; también es licenciado en Teología por la Universidad de Granada (1959). Fue uno de los iniciadores de los estudios en los yacimientos pleistocenos de la Sierra de Atapuerca, de cuyas excavaciones fue director hasta su jubilación.
Por último, Bermudo Meléndez y Meléndez (1912-1999) nació en Palencia y fue una de las figuras más destacadas de la paleontología española de la posguerra y el autor español más importante de textos de esta disciplina científica.
A instancias de su padre inició estudios de Ingeniería, pero su verdadera vocación se encontraba en la naturaleza. Así, cursó la licenciatura en Ciencias Naturales en la Universidad Central de Madrid y en ella hizo su Trabajo de Grado de Licenciado con una investigación que sería el punto de partida de su labor paleontológica: “Filogenia de los vertebrados en los tiempos geológicos”, con la que obtuvo el Premio Extraordinario (1936) . En esta Facultad también realizó el doctorado bajo la dirección de Eduardo Hernández Pacheco (1872-1965); su tesis versó sobre “El Cámbrico en España” (1942) y por ella obtuvo El Premio Extraordinario del Doctorado.
La evolución es un texto en el que participan muchos científicos, algunos de ellos eran piezas fundamentales de la ciencia española. En ella, además de los tres coordinadores, intervinieron Rafael y Salustio Alvarado, Francisco Bernis, Enrique Gadea, Eusebio Colomer, Juan Comas, Ramón Margalef, Antonio Prevosti, Rof Carballo, Vicente Villar Palasí y otros.

27 julio, 2011

El Observatorio Fabra

Dos personalidades científicas españolas estuvieron ligadas a la creación y desarrollo de un centro de investigación y divulgación de la ciencia como el Observatorio Fabra, en las cercanías de Barcelona. Los científicos en cuestión eran José Comas y Eduardo Fotserè. Los primeros pasos del Observatorio dependieron, en gran medida, del buen hacer de estos hombres.
En 1894 la Real Academia de Artes y Ciencias de Barcelona entrega a la Diputación de Barcelona un proyecto para construir un observatorio astronómico, meteorológico y sísmico en el Tibidabo. La Diputación rechaza el proyecto que había presentado el meteorólogo Eduardo Fontserè i Riba (1870-1970), pero la idea iba a seguir hacia adelante.
En el año 1900 el marqués de Alella, Camilo Fabra i Fontanils (1833-1902), industrial, político, que había sido alcalde de Barcelona (entre enero y abril de 1893) y diputado a Cortes en tres legislaturas, sufraga económicamente el 80% del primitivo proyecto. El resultado es que en 1902 comienzan las obras en la vertiente sur-este de la sierra de Collserola, bajo el Tibidabo, muy cerca de Barcelona, y José Comas i Solà (1868-1937) es el encargado de modificar el plan original y dirigirlas. Así, entre 1902 y 1904 se levanta un edificio obra de del arquitecto modernista José Domènech Estapà (1858-1917).
En 1904 Comas i Solà fue nombrado primer director del Observatorio Fabra, denominado así en honor del mecenas citado antes. Después, en 1912, la dirección del mismo fue compartida por él, responsable de la sección astronómica, y por Eduardo Fontserè, de la meteorológica y sísmica. 
El centro fue inaugurado oficialmente el 7 de abril de 1904, con la presencia del rey Alfonso XIII y diversas autoridades.
José Comas fue un astrónomo excelente: realizó numerosas observaciones de Marte y otros planetas, que vieron la luz en las más importantes revistas astronómicas de su época, estudió diferentes eclipses totales de Sol, en 1925 descubrió un cometa y en 1926 otro que lleva su nombre y publicó numerosos trabajos de divulgación astronómica.
Eduardo Fontserè era, principalmente, meteorólogo. Fundó el Servei Meteorològic de Catalunya, que en un solo organismo agrupaba las diferentes actividades meteorológicas que controlaba y dirigía. Un importante fruto de este trabajo fue el Atlas Pluviométric de Catalunya, preparado por el doctor J. Febrer, y que vio la luz en 1930. 

20 julio, 2011

El Laboratorio de Investigaciones Físicas

En 1911, la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas crea el Laboratorio de Investigaciones Físicas, el mejor dotado de los laboratorios de física de nuestro país, y en 1912 nombra director a Blas Cabrera y Felipe (1878-1945), considerado "padre de la física moderna española".
En el Laboratorio de Investigaciones Físicas trabajan físicos y químicos animosos que se organizan en cuatro secciones: Metrología, Electricidad, Espectrometría y Espectrografía y Química-Física. Se hace necesario destacar que, además de la importante labor científica investigadora que realizó el físico canario, también fue sobresaliente el grupo de científicos que trabajó a su lado, o en alguna de las secciones del laboratorio. En este aspecto, es difícil encontrar un grupo tan distinguido de personalidades de categoría internacional trabajando en el mismo lugar: Enrique Moles (1883-1953), Julio Palacios (1891-1970), Arturo Duperier (1896-1959), Miguel Ángel Catalán (1894-1957), etc. La pena fue que este enorme esfuerzo de personas de talla descomunal fuera segado por la Guerra Civil (1936-1939).
Para conocer de primera mano las investigaciones que se realizaban en el laboratorio, nos basta leer un documento firmado por Cabrera, hacia 1924, en el que nos hace un perfecto resumen de las mismas: “El Laboratorio de Investigaciones Físicas viene dedicado en estos últimos años a tres órdenes principales de trabajos. 1º Magnetoquímica. Estrictamente para las medidas de las constantes magnéticas de los cuerpos el Laboratorio posee cuanto le es indispensable, pero los resultados obtenidos hasta hoy, algunos (los más importantes pendientes de publicación) indican la conveniencia de realizar paralelamente el estudio magnético de los complejos del grupo del hierro y su análisis estructural con ayuda de los rayos X. (…) 2º Pesos atómicos por métodos fisicoquímicos. En este grupo de trabajos las bajas temperaturas son absolutamente necesarias, y como en Madrid no existe facilidad para obtener en el comercio en todo momento ni siquiera el aire líquido, la continuidad indispensable en toda labor de investigación no se puede obtener. (…) 3º Espectroscopia. Los estudios realizados por Catalán han agotado ya la capacidad de nuestro exiguo material espectrográfico (…)”
La labor que se estaba realizando en el laboratorio traspasó nuestras fronteras. La proyección internacional de la ciencia que se hacía en el Laboratorio de Investigaciones Físicas supuso que en 1926 Charles Mendenhall, representante de la International Educational Board —organismo creado por la Fundación Rockefeller— y a la sazón profesor de Física en Wisconsin, escribiera un informe minucioso y halagador para los científicos y las investigaciones que se estaban realizando en el laboratorio dirigido por Cabrera: “No conozco ninguna institución en Estados Unidos en la que se estén realizando tareas comparables en locales tan primitivos y poco eficaces.”
Las carencias del laboratorio iban a ser solucionadas casi de golpe gracias a la Fundación Rockefeller y al Gobierno de España. Después unas largas negociaciones, en 1925 se firmó un preacuerdo entre el Gobierno español y la Junta para Ampliación de Estudios por un lado y la International Educational Board por otro para crear en Madrid un gran centro de investigación de física y química. La Fundación aportó unos 400.000 dólares para la creación del que fue un espléndido centro de investigación científica: el Instituto Nacional de Física y Química, inaugurado en 1932.
Una pequeña paradoja: en la actualidad este centro se mantiene con el nombre de Instituto Rocasolano, en honor del que fuera catedrático de Química General de la Universidad de Zaragoza Antonio de Gregorio Rocasolano, que en 1940 ocupó el cargo de vicepresidente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y que fue muy crítico… ¡con la labor realizada por la Junta para Ampliación de Estudios! 

13 julio, 2011

Las ciencias en el siglo XVIII

José Cadalso y Vázquez (1741-1782) fue un literato y militar español que ha pasado a la historia de la literatura por sus Cartas Marruecas que, publicadas en 1793, contienen párrafos como los siguientes en los que se describe el panorama cultural español de aquellas personas dedicadas al cultivo del saber (la palabra ciencia era sinónima de conocimiento) :
“El atraso de las ciencias en España en este siglo, ¿quién puede dudar que procede de la falta de protección que hallan sus profesores? Hay cochero en Madrid que gana trescientos pesos duros, y cocinero que funda mayorazgos; pero no hay quien no sepa que se ha de morir de hambre como se entregue a las ciencias, exceptuadas las de pane lucrando que son las únicas que dan de comer.
Los pocos que cultivan las otras, son como aventureros voluntarios de los ejércitos, que no llevan paga y se exponen más. Es un gusto oírles hablar de matemáticas, física moderna, historia natural, derecho de gentes, y antigüedades, y letras humanas, a veces con más recato que si hiciesen moneda falsa. Viven en la oscuridad y mueren como vivieron, tenidos por sabios superficiales en el concepto de los que saben poner setenta y siete silogismos seguidos sobre si los cielos son fluidos o sólidos.
Hablando pocos días ha con un sabio escolástico de los más condecorados en su carrera, le oí esta expresión, con motivo de haberse nombrado en la conversación a un sujeto excelente en matemáticas: ‘Sí, en su país se aplican muchos a esas cosillas, como matemáticas, lenguas orientales, física, derecho de gentes y otras semejantes.’
Pero yo te aseguro, Ben-Beley, que si señalasen premios para los profesores, premios de honor, o de interés, o de ambos, ¿qué progresos no harían? Si hubiese siquiera quien los protegiese, se esmerarían sin más estímulo; pero no hay protectores. (…)”

06 julio, 2011

Los multipletes de Miguel Catalán

Miguel A. Catalán Sañudo, fue un científico nacido en Zaragoza en 1894 y que falleció en la capital de España en 1957. Aunque se licenció en Ciencias Químicas en la Universidad de Zaragoza (19079 y se doctoró en Madrid (1917), su ocupación científica fue la física de manera que puede considerársele uno de los físicos más importantes del siglo XX español. 
En enero de 1915 comenzó a trabajar en la Sección de Espectroscopia del Laboratorio de Investigaciones Físicas dirigido por el más eminente físico español: Blas Cabrera.
En 1920 llega a Londres, becado por la JAE, y trabaja con Alfred Fowler (1868-1940), uno de los espectroscopistas más importantes del momento, con el que aumenta sus conocimientos de espectrografía. Un año después demuestra que grupos de líneas distribuidas más o menos irregularmente en el espectro pueden tener un origen físico común. En 1922 presenta sus resultados en la Royal Society y en 1923 ve la luz, en la muy importante Philosophical Transactions of the Royal Society of London, su trabajo: “Series and other regularities in the spectrum of manganese”. Su descubrimiento de los multipletes fue un paso muy importante en el desarrollo de la teoría cuántica y de la astrofísica.
William F. Meggers (1888-1966), uno de los espectroscopistas más importantes de su tiempo, se refirió al descubrimiento de Catalán de esta manera: “Con anterioridad a 1921 los términos espectrales derivados del análisis de espectros atómicos relativamente sencillos consistían únicamente de niveles simples, dobles y triples. Catalán atacó valientemente los espectros más complejos del manganeso y del cromo, y felizmente encontró términos que contenían 5, 6 ó 7 niveles que se combinaban para producir grupos de 9 a 15 líneas espectrales, para los cuales acuñó el término multiplete. El descubrimiento de Catalán de términos espectrales de gran multiplicidad fue una clave correcta a la interpretación de los espectros complejos; pronto fue adoptada por muchos espectroscopistas, produciéndose una avalancha de multipletes. Esto inspiró el desarrollo de la interpretación cuántica de los espectros atómicos y trajo la edad de oro de la espectroscopia en 1926 cuando se hizo posible explicar teóricamente todas las radiaciones discretas en términos de energías y números cuánticos asociados con electrones de átomos e iones”.
Sus descubrimientos le permitieron relacionarse con los mejores científicos de su campo de investigación y muy especialmente con Arnold J. W. Sommerfeld y su grupo de investigadores de Múnich.

30 junio, 2011

Los hospitales del Monasterio de Guadalupe

En el siglo XVI los hospitales del Monasterio de Guadalupe fueron lugares de formación anatómica de primera magnitud. Así, en ellos se realizaron disecciones de manera que la escuela de cirugía llegó a ser una de las primeras instituciones donde se impartió enseñanza clínica. En estos hospitales extremeños se formaron o ampliaron conocimientos personalidades como Francisco Arceo, considerado como una de las glorias de la medicina española del siglo XVI.
Hasta el año 1510, había principalmente monjes jerónimos especiales que se denominaban “legos de corona” que no podían recibir órdenes, ni mayores ni menores. Esta condición les fue impuesta por los papas para ejercer la medicina y la cirugía. Trabajaban también profesionales seglares, algunos de reconocido prestigio como Nicolás de Soto y Juan de Guadalupe, médicos ambos de la cámara regia.
Ssólo había dedicación asistencial en los Hospitales de San Juan, en el de las mujeres y en el de la Pasión, además de las enfermerías de monjes y la de nobles.
Aneja a los hospitales había una botica de la que se abastecían los médicos; un jardín botánico mandado construir al iniciarse el siglo XVI por el entonces prior del monasterio, Diego de Villalón, con el objeto de cultivar muchas de las especies vegetales que habían de utilizarse en la botica. También existía una excelente biblioteca con textos de Galeno, Avicena, Averroes, Guy de Chaulliac, etc, un material quirúrgico con “giringas” para administrar enemas; “martillos”, “tenazas de abucasis”, etc. para extraer flechas, “ventosas” para sangrías, “limas y limitas pa aserrar dientes con cabos de marfil y negros”, “serrecitas pa aserrar uesos”, trépanos, “agujas pa coser llagas”, conjuntos instrumentales para intervenciones fetotómicas y de legrado uterino, etc.
En el hospital de la Pasión o “de las bubas” los enfermos del “mal gálico” (sífilis) se tratan principalmente con el mercurio procedente de Almadén. El caso es que la terapéutica que se aplica en este centro da buenos resultados en el tratamiento de esa enfermedad venérea, lo que prestigió a Guadalupe.
En la segunda mitad del siglo XVII Diego Antonio de Robledo llegó a ser médico principal del Monasterio, regente de la cátedra de Cirugía y autor de un Compendio quirúrgico, útil y provechoso a sus profesores (1686); años después, avanzada la decimooctava centuria el que fuera médico de cámara regio, Francisco Sanz de Dios Guadalupe, lo fue de estos hospitales y publicó Medicina práctica de Guadalupe (1873).

14 junio, 2011

La Universidad española del siglo XVI (y II)

La Universidad española del Renacimiento no admite comparación con la actual: en los centros universitarios se ingresa muy pronto, con doce o trece años y como la mayor parte de los estudiantes desconoce las lenguas clásicas lo primero que tienen que hacer es aprender la fundamental del lenguaje académico, el latín.
Unos dos años después, el estudiante ingresa en la Facultad menor de Artes o Filosofía donde aprende Escolástica, Física y Metafísica aristotélicas, algún rudimento científico, etc. Después, cumplidos los dieciséis años, el alumno pasaba a una de las cuatro facultades mayores: Teología, Derecho canónico, Jurisprudencia y Medicina, siendo las dos primeras las más importantes. Los conocimientos científicos se adquirían en la Facultad de Artes (Matemáticas, Filosofía natural y Cosmografía) y en la de Medicina.
La enseñanza se realizaba con la lectura (lectio) de un texto clásico que se acompañaba de explicaciones y pequeñas correcciones que se realizaban en latín. Pero otra forma de enseñar la constituían las disputas (disputatio) en las que mediante silogismos se discutían textos clásicos. Los grados universitarios servían para ejercer la profesión: Bachiller; para impartir la docencia: Licenciado; o tenían un caracter casi exclusivamente ornamental: Doctor.
En la centuria de la que estamos hablando, los hospitales eran centros de caridad más que de actividad científica. Sin embargo, en ellos “comenzaba a abrirse camino lentamente su futuro papel de escenario central de la asistencia, la enseñanza y las investigaciones médicas. Los primeros pasos en esta línea se dieron durante el siglo XVI en una serie muy reducida de hospitales” (López Piñero). En la España de la época destacan cuatro hospitales, el de Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza, el del Cardenal de la ciudad hispalense, el General de Valencia y los de Guadalupe; de los cuatro, el más sobresaliente es el conjunto extremeño.

07 junio, 2011

La Universidad española del siglo XVI (I)

La actividad científica del Renacimiento español se desarrolla principalmente en las universidades y es precisamente la enorme proliferación de centros de enseñanza superior la manifestación más evidente del vigor de la España renacentista. En efecto, durante el último cuarto del siglo XVI hay, sólo en las universidades castellanas, nada menos que 20.000 alumnos, detalle interesantísimo que nos da una idea del ambiente cultural español sobre todo si comparamos esta cifra con los 25.000 universitarios y de segunda enseñanza que había en España a mediados del siglo XIX.
La distribución cualitativa y cuantitativa de los centros universitarios en la España de la época es muy desigual; destacan en Castilla las universidades de Salamanca, Valladolid y Alcalá. La Universidad salmantina se enriqueció en tiempos de Carlos V con el “Colegio Trilingüe”, como poco después lo hizo la de Alcalá. En él se enseñaba el latín, la lengua académica por excelencia, el griego, fundamental en la medicina, ya que la mayor parte de los tratados de Hipócrates y de Galeno estaban redactados en esa lengua y el hebreo, imprescindible en las importantísimas facultades de Teología para poder traducir los libros santos. Del Trilingüe de Alcalá hay que indicar que fue el lugar de irradiación del nuevo aristotelismo, esto es, del Aristóteles procedente de los estudios de las nuevas traducciones de las obras del filósofo, en las que participaron de manera minente intelectuales de la talla de Pedro Simón Abril (1530-1589) y del médico segoviano Andrés Laguna (ca. 1510-1559).
La Universidad aumenta el prestigio adquirido en los años medievales y alcanza su máximo esplendor en el Renacimiento, donde llega a contar, en 1584, con casi siete mil alumnos. Aunque los estudios más destacados en la Universidad de Salamanca son los de Teología y Derecho canónico, también se estudia Medicina. Es interesante hacer notar que, desde el punto de vista médico, la Universidad española más destacada es la de Valencia; gracias a la influencia de dos médicos formados en esa Universidad, Pedro Jimeno (ca. 1515-ca. 1555) y Luis Collado (ca. 1520-1589), es como la Anatomía que sigue las directrices de Vesalio se incorpora a las Universidades de Salamanca y Alcalá respectivamente.
Una derivación universitaria la formaban los “Colegios Mayores” que eran “casas con becas y estipendios para estudiantes pobres y bien dispuestos, que en ellas encontraban sustento seguro y salvaguardia moral, a la vez que podían asistir a los cursos de las facultades, recibían instrucción y se ejercitaban en diversas disciplinas, bajo la dirección de un profesor designado exprofeso”. La decadencia general que se observa en el siglo XVII afecta también a estos centros.
Por otro lado, en 1564, los jesuitas abrieron sus Colegios a la enseñanza general y acabaron siendo modelo de otros centros con la categoría de la renombrada Academia de los Nocturnos de Valencia.

31 mayo, 2011

El Laboratorio de Hidrobiología Española y Celso Arévalo

El leonés, nacido en Ponferrada, Celso Arévalo Carretero (1885-1944) puede ser considerado como uno de los más firmes impulsores de la ciencia ecológica hispana.  Arévalo crea en Valencia, en 1912, en el Instituto General y Técnico, en el que ejercía como catedrático de Historia Natural, la primera institución científica de nuestro país dedicada al estudio de la vida en las aguas dulces: el Laboratorio de Hidrobiología Española.
La Primera Guerra Mundial hizo que algunos investigadores extranjeros recalaran en el laboratorio valenciano: el ictiólogo Alfonso Gandolfi, el malacólogo Fritz Haas y el especialista en ácaros acuáticos Karl Viets. Los tres escribieron artículos en los Anales del Instituto valenciano, revista que iba a ser la voz científica de los primeros investigadores españoles que trabajaron en el laboratorio.
Karl Viets mantuvo una buena relación científica con Celso Arévalo y en 1918 dedicó al catedrático del Instituto valenciano una especie de ácaro acuático, al que denominó Limnesia arevaloi, en un artículo titulado “Eine neue Limnesia-Species” que fue publicado en Zoologischer Anzeiger.
Después, en la capital de España, donde se traslada como catedrático del Instituto Cardenal Cisneros (1918), Arévalo consigue que el Laboratorio valenciano sea incorporado a la Sección de Hidrobiología, creada por él en la sede del Museo Nacional de Ciencias Naturales. Arévalo es nombrado Jefe de la citada Sección
Creo necesario resaltar que la publicación, de 1923, titulada: “Algunas consideraciones sobre la variación temporal del plankton en aguas de Madrid” ha sido considerada muy significativa en el ámbito científico español ya que es una de las primeras veces en las que “una investigación original netamente y, digamos, modernamente ecológica, constituye el tema central de una monografía científica” (Casado de Otaola).
En 1929 la editorial Labor publica su obra más significativa, auténtico resumen de su labor investigadora en el campo de la limnología: La vida en las aguas dulces. Con una finalidad claramente didáctica, esta obra de divulgación científica fue un destacado intento de despertar el interés hacia estos conocimientos ecológicos. El Prólogo de la obra, en la que Celso Arévalo se considera, con razón, fundador y promotor de la hidrobiología española, muestra la finalidad de la misma, la situación de la limnología en nuestro país y el resquemor del autor por la escasa consideración que tuvo su labor.

24 mayo, 2011

Arturo Duperier (1896-1959) y “sus admiradores”

El pueblo abulense de Pedro Bernardo vio nacer en 1896 a uno de los más importantes físicos españoles del siglo XX: Arturo Duperier.
Fue nombrado, en 1928, Auxiliar de la Cátedra de Electricidad y Magnetismo de la madrileña Facultad de Ciencias. Cuatro años después obtuvo por oposición la Cátedra de Geofísica en la misma Universidad.
En plena Guerra Civil marcha a Inglaterra a realizar estudios sobre la radiación cósmica en el equipo de Patrick M. Stuart Blackett (1897-1974), a la sazón profesor de Física en la Universidad de Manchester y poco después premio Nobel de Física. En la capital de Inglaterra Duperier se establece definitivamente en marzo de 1940.
 Sabemos que en varias ocasiones se le ofreció la ciudadanía británica, pero era siempre rechazada por su deseo de seguir siendo español y de morir en España. Según el testimonio de su hija: "Para él era más importante España que todos los galardones que pudiera recibir cambiando de nacionalidad". Duperier deseaba venir a la Península, quería trabajar en su país, pero muchos de sus colegas universitarios, cargados de mediocridad, quedarían en una mala situación si se hubieran cotejado sus niveles intelectuales con los del colaborador de Blackett.
En aquella época, algunas personalidades de gran trascendencia (política) en la física española tuvieron una actitud favorable a la hora de facilitar el regreso a España del exiliado. Sin embargo, ni la mayor parte de sus colegas de la Universidad Complutense, ni los investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas mostraron un gran interés porque el físico de Pedro Bernardo siguiera realizando sus investigaciones en España.
El mismo Duperier tenía una excelente visión de lo que significaba la España científica de su tiempo; en una carta que, en 1949, escribió el abulense a un amigo le dice: "…me habló de camarillas que se imponen a los Poderes Públicos y que en mi caso particular son férreamente opuestas a mi supuesto reintegro a la Universidad de Madrid; que éstas fueron las que lograron que se anunciara a oposición mi cátedra en cuanto se susurró por Madrid que yo volvía, y me dio nombres. En el fondo, sin embargo, después de mucho lamentarse de mi ausencia de España y de lo muchos que todos pierden con ello, saqué la impresión que me han dado otros en turismo oficial por aquí, que en el fondo, te repito, ninguno quiere verme por allí. Han visto lo bastante para estar convencidos de que mi obra habría de ser obra seria y esto, no cabe duda, les espanta. Piensan sólo en ellos, con un desprecio absoluto por lo que sea de España".
Invito al lector a que reflexione sobre la siguiente pregunta: ¿se ha producido un cambio drástico de la situación? [...]

19 abril, 2011

Los albores del Museo de Ciencias Naturales

La producción científica española de la segunda mitad del siglo XVIII vivía una época de esplendor, principalmente en especialidades como la historia natural, la química y la medicina y daba la impresión de que nuestro país parecía en buen camino para convertirse en protagonista de la ciencia contemporánea.

El 10 de mayo de 1776, José de Gálvez, ministro de Indias, da desde la Península una Instrucción dirigida a los virreyes de Perú, Nueva España y Santa Fe, gobernadores de Filipinas, Yucatán, Chile, Habana, Buenos Aires, Caracas, Margarita, Trinidad, Santo Domingo, Puerto Rico, Luisiana, Panamá, Paraguay, Tucumán y de las Malvinas, presidentes de las Reales Audiencias de Quito, Charcas y Guatemala y al Comandante de la Guayana. Esta Instrucción guarda relación con la expedición científica a Chile y Perú (realizada por Hipólito Ruiz y José Pavón) pero en ella se muestra claramente la situación cultural que vive nuestro país:
“El Rey ha establecido en Madrid un Gabinete de Historia Natural en que se reúnan no sólo los Animales, Vegetales, Minerales, Piedras raras y cuanto produce la Naturaleza en los vastos dominios de S. M., sino también todo lo que sea posible adquirir de los extraños. Para completar y enriquecer las series del Real Museo en cada una de sus clases, conviene que los sujetos que mandan en la Provincias y Pueblos de los Reinos Españoles, cuiden ahora y en lo sucesivo de recoger y dirigir para el Gabinete de Historia Natural las piezas curiosas que se encuentren en los distritos de su mando (...)”

12 abril, 2011

Las ciencias desamparadas, a los ojos de Menéndez Pelayo

Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912) ha sido, y es, una personalidad controvertida en el panorama cultural español. Aunque los trabajos del erudito santanderino son el punto de partida de muchos los estudios que se han realizado después que él los hubiera comenzado, de su obra sólo se destacan algunos párrafos de sus fogosas obras juveniles y sus detractores olvidan su sereno razonamiento en la edad madura; parece como si el polígrafo montañés no hubiera escrito nada después de haber cumplido veinticinco años. Muchas veces se le cita con referencias superficiales, citas de una cita que contiene una cita que, a su vez, es citada por alguien que, probablemente no leyó una sola jota de la abundante bibliografía de este hombre extraordinario.
Todo esto viene a cuento porque Menéndez Pelayo ha sido el paradigma del hombre de letras. Sin embargo, su enorme cultura, sin límites, le hizo fijarse y detener su pensamiento en muchos de los problemas de la cultura española de su tiempo, entre los que se encontraban los que afectaban a la política científica de nuestro país. En 1893 se publicó el que fuera el discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales del académico Acisclo Fernández Vallín; el texto iba precedido por un proemio del bibliófilo de Santander, que a la sazón contaba treinta y siete años, titulado “Esplendor y decadencia de la cultura científica española”. En estas páginas se queja del “desamparo y abandono en que yace la facultad de Ciencias”, a la que considera la auténtica “Cenicienta” de las facultades universitarias españolas. Menéndez Pelayo dice que este centro tiene que ser
“una escuela cerrada de purísima investigación, cuyos umbrales no traspase nadie cuya vocación científica no hubiera sido aquilatada con rigurosísimas pruebas y entrase allí no como huésped de un día, sin afición ni cariño, sino como ciudadano de una república intelectual, a la cual ha de pertenecer de por vida, ganando sus honores en ella no con risibles exámenes de prueba de curso, que en la enseñanza superior son un absurdo atentado a la dignidad del magisterio, sino con la colaboración asidua y directa en los trabajos del laboratorio y de la cátedra, como se practica en todas partes del mundo, sin plazo fijo para ninguna enseñanza, sin imposición de programas, con amplios medios de investigación y con la seguridad de encontrar al fin de la jornada la recompensa de tanto afanes, sin necesidad de escalar una cátedra por el sistema tantas veces aleatorio de la oposición, que desaparecerá por sí mismo cuando el discípulo, día por día, se vaya transformando en maestro, pero que ahora conviene que subsista, porque todavía es el único dique contra la arbitrariedad burocrática.
Cuando tengamos una Facultad de Ciencias (basta con una) constituida de esta suerte, y cuando en el ánimo de grandes y pequeños penetre la noción del respeto con que estas cosas deben ser tratadas, podemos decir que ha sonado la hora de la regeneración científica de España. Y para ello hay que empezar por convencer a los españoles de la sublime utilidad de la ciencia inútil” [las cursivas son del autor].

05 abril, 2011

El ciego descrito por Andrés Laguna

Andrés Laguna (ca. 1510-1559) fue un médico segoviano, de familia judeoconversa, que tuvo en su época una excelente reputación por su saber. Su formación intelectual la adquirió en la Universidad de París, centro que conservaba por aquel entonces las esencias de la medicina tradicional, esto es, era un lugar poco abierto a aquellos conocimientos que fueran diferentes de los que podían encontrarse en los textos del médico por excelencia: Galeno.
Laguna ejerció su profesión en muchos lugares de Europa: Inglaterra, Países Bajos, Francia, Italia, etc. Aunque su obra más conocida fueron los comentarios que hizo a la Materia medica de Dioscórides, también escribió un texto de anatomía titulado Anatomica methodus (1535) en el que criticaba la forma tradicional de la época de enseñar esta disciplina científica. En el siglo XVI, el “barbero”, ignorante en asuntos anatómicos, realizaba la disección pero carecía de conocimientos para explicar lo que estaba realizando. Laguna escribe contra esta situación, antes que el gran impulsor de la reforma de los estudios anatómicos de su tiempo: Andrés Vesalio (1513-1564). Laguna habla del ciego de esta manera:
“… o monóculo que es, sin duda alguna, el intestino que aparece más lleno de heces.  Se le denomina ciego porque parece tener un solo orificio de entrada y también de salida, aunque en realidad tiene dos muy pequeños que no están distanciados, sino situados uno al lado de otro.  Muchos, en efecto, han creído que tenía un sólo orificio y que su forma era la de un falso intestino, pensando que pendía como un vientre relleno en cuyo fondo no existía abertura. No obstante, quien desee conocer con rigor el ingenio de la naturaleza, conviene que diseque incluso las partes más sucias y que examine con sumo cuidado su posición, formas, número y consistencia. Cuando se realizaba en París una anatomía del cuerpo humano y todos los estudiantes de medicina compañeros míos y también los barberos que estaban encargados de disecar se apartaron del cadáver a causa del hedor de los intestinos y continuaron pensando que el intestino ciego, al que ni siquiera habían dirigido los ojos, tenía un sólo orificio, yo, tomando un escalpelo, lo disequé y con un palito mostré claramente a todos dos orificios situados en el mismo lugar, uno de ellos de entrada y el otro de salida.  Había leído en Mondino, no tan ignorante como tosco, que era tal como lo comprobé ocularmente.”

29 marzo, 2011

Quevedo y la alquimia

Entre todas las disciplinas herméticas la alquimia era considerada la más digna, la más noble: el alquimista tenía algún poder muy especial: era capaz de “crear” sustancias a partir de otras; importantes personalidades se sintieron atraídas por los quehaceres alquímicos: Carrillo, arzobispo de Toledo, gastó mucho dinero en quehaceres alquímicos, Felipe II fue un entusiasta de la alquimia y, más tarde, Felipe IV también recurrió a estos saberes.
A pesar de todo la alquimia y los alquimistas siempre tuvieron una mala reputación. En el Sueño del Infierno, de Francisco de Quevedo (1580-1645), podemos leer a Paracelso “quejándose del tiempo que había gastado en la alquimia” y a Hubequer (Joannes J. Weckerus), descrito como “el pordiosero, vestido de los andrajos de cuantos escribieron mentiras y desvergüenzas, hechizos y supersticiones...” Además, Quevedo, personalidad que no se distinguió en modo alguno por el aprecio a sus semejantes, fue extraordinariamente corrosivo con la alquimia y sus practicantes; en el Libro de todas las cosas y otras muchas más podemos leer un fragmento muy gracioso en el que se burla de la profesión y del lenguaje críptico que muchos utilizaban:
“Y si quisieras ser autor de libro de Alquimia, haz lo que han hecho todos, que es fácil, escribiendo jerigonza: "Recibe el rubio y mátale, y resucítale en el negro. ltem, tras el rubio toma a lo de abajo y súbelo, y baja lo de arriba, y júntalos, y tendrás lo de arriba'. Y para que veas si tiene dificultad el hacer la piedra filosofal, advierte que lo primero que has de hacer es tomar el sol, y esto es dificultoso por estar tan lejos." 

22 marzo, 2011

Tres pioneras de la ciencia española

En 1871 fue creada la Real Sociedad Española de Historia Natural, y en 1914 tenía un 2% de mujeres socias. A esta institución pertenecía desde 1920 una de la primeras españolas de cierto prestigio en el mundo de la biología, Dolores Cebrián Fernández Villegas, profesora de la Escuela Normal de Maestras de Madrid; estuvo becada, en 1912, por la Junta para Ampliación de Estudios, para realizar diversos cursos en la Facultad de Ciencias de París y el año siguiente trabajó en el Laboratorio de Biología Vegetal de Fontainebleau. Publicó en 1919, en la revista francesa Comptes rendus des Séances de l’Académie des Sciences, un trabajo en el que explicaba la influencia de la luz sobre la absorción de sustancias orgánicas por las plantas.
Felisa Martín Bravo también es otra mujer destacada por ser la primera que se doctoró en Ciencias Físicas en España; fue en la Universidad de Madrid en 1926. Obtuvo ese grado académico gracias a la labor investigadora realizada, en el Laboratorio de Investigaciones Físicas, sobre las estructuras cristalinas; la tesis estuvo dirigida por uno de los físicos españoles más importantes de la época, Julio Palacios Martínez (1891-1970). Trabajó para determinar la estructura cristalina de los óxidos de níquel y cobalto utilizando rayos X, fue pensionada de la JAE en Estados Unidos y miembro de varias sociedades científicas españolas, la de Física y Química, la de Matemática y de Asociación Española para el progreso de las Ciencias.
En el mundo de las matemáticas la primera mujer que se doctoró en esta especialidad fue María del Carmen Martínez Sancho; lo hizo con una tesis, defendida en 1927, sobre los espacios normales de Bianchi, con la que obtuvo el Premio Extraordinario del doctorado. Pensionada por la Junta para Ampliación de Estudios, amplió conocimientos de geometría multidimensional en Berlín durante un año y medio. Ejerció como catedrática de Matemáticas en Institutos de Bachillerato del Ferrol, Madrid y Sevilla y fue miembro, desde 1925, de la Sociedad Matemática Española, institución que data de 1911.

15 marzo, 2011

Las expediciones del XVIII

Uno de los aspectos más sobresalientes de la ciencia del siglo XVIII español lo constituyen las expediciones científicas. Aunque no se limitaron a esa época, es durante ella cuando la actividad expedicionaria se expresa de una forma más sobresaliente. La segunda mitad del siglo XVIII supuso un fortalecimiento de la monarquía de una manera política y no militar. En efecto, en las tierras americanas se produjo un proceso de “neocolonización” por obra de muchos hombres de ciencia, fue un lugar de destino de científicos españoles (y extranjeros) que iban a inventariar la riqueza florística, zoológica, mineral... de las comarcas allende el Atlántico, porque allí había una riqueza que podía hacer grande a la monarquía: quina, pimienta, clavo, café...
Hay un empeño de los gobiernos ilustrados por promover el estudio y conocimientos de las Ciencias de la Naturaleza; en este sentido, en los Anales de Historia Natural se decía que el gobierno está “ocupado siempre en contribuir a la perfección de esta inmensa obra ha enviado sujetos instruidos a registrar las dilatadas regiones de sus dominios; ha destinado a otros a viajar por la Europa y a tratar con los primeros sabios de las ciencias naturales; ha establecido depósitos y establecimientos análogos a cada una; y ha costeado la publicación de nuestros descubrimientos”.
Tanto la Corona como la iniciativa privada patrocinan expediciones. Son muchas las que tuvieron como finalidad la historia natural: botánica, zoología, geología, etnografía, etc.; también las hubo geográficas: hidrografía, astronomía, geoestrategia, etc.; por último, un conjunto de expediciones tuvo un asunto diverso: médico, de fomento de la agricultura, comercio, etc.
Durante los reinados de Carlos III y de su sucesor en el trono, se organizaron importantísimas expediciones científicas: en Chile y Perú estuvieron entre 1777 y 1788 Hipólito Ruiz (1752-1816) y José Pavón Jiménez (1754-1840); al Reino de Nueva Granada, entre 1783 y 1808, fue José Celestino Mutis y Bosio (1732-1808); en Nueva España anduvieron entre 1787 y 1803 Martín de Sessé y Lacasta (1751-1808) y Vicente Cervantes (1755-1829); Alejandro Malaspina (1754-1809) fue director de un amplio proyecto de estudio, durante 1789 y 1794, de la costa occidental del continente americano y de vastas zonas del océano Pacífico; y, en fin, un gran número de españoles era partícipe de uno de los períodos científicos más fructíferos de nuestra historia. En muchos casos, los datos que proporcionaron sobre los naturales de aquellas tierras fue la fuente de la que bebieron los grandes antropólogos extranjeros del XVIII.
En 1811, cuando la actividad científica española empezaba a detenerse, uno de los más importantes naturalistas de todos los tiempos, Alexander von Humboldt (1769-1859), escribía, en el Ensayo político sobre el reino de Nueva España y en relación con la botánica, lo siguiente: “Ningún gobierno europeo ha invertido sumas mayores para adelantar el conocimiento de las plantas que el gobierno español. Tres expediciones botánicas, las de Perú, Nueva Granada y Nueva España, han costado al Estado unos dos millones de francos. Además se han establecido jardines botánicos en Manila y las islas Canarias. La comisión encargada del trazado del canal de Güines recibió también la misión de examinar los productos vegetales de la isla de Cuba. Toda esta investigación, realizada durante veinte años en las regiones más fértiles del nuevo continente, no sólo ha enriquecido los dominios de la ciencia con más de cuatro mil nuevas especies de plantas; ha contribuido también grandemente a la difusión del gusto por la Historia Natural entre los habitantes del país”.

08 marzo, 2011

Francisco Vera y Fernández de Córdoba

El pueblo de Alconchel (Badajoz) ve nacer en 1888, en el seno de una familia acomodada, a Francisco Vera Fernández de Córdoba. Fue una persona que se interesó por la cultura en cualquiera de sus facetas, pero muy especialmente por el periodismo, la matemática, la historia de la ciencia... Padre de cinco hijos, muere en Argentina en 1967, donde marcha a raíz de la finalización de nuestra última contienda.
Su actividad intelectual fue frenética. Realizó incursiones en el campo de la literatura publicando novelas costumbristas y pseudocientíficas, artículos periodísticos en El Liberal y Nuevo Diario de Badajoz, libros de texto para estudiantes, etc.
Sin embargo, por lo que destacó el extremeño es por su labor como historiador de la ciencia. En este sentido, su obra ha sido punto de referencia de otros cultivadores de esta materia.
Francisco Vera fue uno de los principales impulsores del intento de institucionalización en España de la disciplina con la que ha merecido un reconocido prestigio: en 1934 es uno de los fundadores de la Asociación de Historiadores de la Ciencia Española, de la que fue nombrado secretario perpetuo. Esta asociación inició su andadura con La Ciencia Española en el s. XVII, obra publicada en 1935 y en la que figuran trabajos monográficos de personalidades intelectuales de la talla del padre Agustín Jesús Barreiro (1865-1937), historiador de la Botánica, José Augusto Sánchez Pérez (1882-1958), de la Matemática, etc. El citado texto contiene un trabajo general del extremeño titulado: Esquema y carácter general de la ciencia española en el siglo XVII.
Los trabajos de Vera como historiador de la ciencia se plasmaron también en la dirección de la interesantísima Biblioteca de la Cultura Española, en la que se publicaron antologías de textos de la ciencia española clásica.
Aunque la bibliografía de Francisco Vera Fernández de Córdoba nos indica que cultivó muchas facetas de la cultura, pensamos que su labor como historiador de la ciencia es digna de elogio.


01 marzo, 2011

La ciencia de Gregorio Marañón

En su formación médica participaron muy buenos científicos: el neurohistólogo Santiago Ramón y Cajal (1854-1934),  Manuel Alonso Sañudo (1856-1912), considerado uno de los mejores internistas de su época; Federico Olóriz Aguilera (1855-1912), importante anatomista y antropólogo; Juan Madinaveitia (1861-1938), un estupendo internista que creó escuela en la especialidad de la patología digestiva; y Alejandro San Martín Satrústegui (1847-1908), importante médico autor de significativos estudios de cirugía relacionados con el aparato circulatorio, neuralgias faciales, resección de maxilares superiores, etc.
Marañón, en poco tiempo, dio a conocer los frutos de su trabajo. Aún no había finalizado sus estudios en la Universidad de Madrid cuando, en 1907, publicaba casi 200 páginas de unas Lecciones de Patología Quirúrgica, del curso 1907-1908, tomadas en la cátedra del doctor San Martín.
La primera etapa de la actividad intelectual de Marañón es, eminentemente, médica. En 1910 publicó el libro Quimioterapia Moderna según Ehrlich. Tratamiento de la sífilis por el 606, y artículos en revistas científicas nacionales sobre la enfermedad de Addison, la sífilis y los quistes hidatídicos. Esta actividad fue el resultado de un viaje de formación que realizó a Alemania, después de superar las asignaturas del Doctorado en Medicina, para trabajar en el laboratorio de Paul Ehrlich (1854-1915), que en 1908 recibiría el premio Nobel de Fisiología y Medicina por sus trabajos inmunológicos. Su estancia en Fráncfort tenía la finalidad de mejorar sus técnicas de investigación bioquímica y seguir las enseñanzas de Edinger pero “caí en la gran ciudad de Main en los momentos en que Ehrlich terminaba sus estudios sobre el 606”. El 606 no era más que un derivado arsenical —diamino-dioxi-arsenobenceno, también conocido como salvarsán—, que se llamaba así porque hacía ese número entre los productos químicos de arsénico que había probado el científico alemán para tratar la sífilis.
En 1911 defiende su tesis doctoral sobre “La sangre en los estados tiroideos” y comienza su trabajo en el Hospital General de Madrid. Después, en 1916, publica el primer volumen, de casi un millar de páginas, de su famoso Manual de Medicina Interna, obra en la que él y Teófilo Hernando eran los codirectores de un importante elenco de profesionales de la medicina, entre los que se encontraban Augusto Pi i Sunyer, Gil y Casares, Verdes Montenegro, García del Real y otros. De esta época es uno de sus más importantes libros y uno de los más queridos por su autor: La edad crítica. Estudio biológico y clínico (1919); en él estudia el climaterio desde aspectos muy variados y novedosos para la época: endocrinos, médicos, psicológicos, etc. Esta obra ha sido considerada por Pedro Laín Entralgo (1908-2001), junto con ¿Neuronismo o reticularismo?, de Ramón y Cajal y La unidad funcional, de Pi i Sunyer, una de las tres fundamentales de la literatura médica española del siglo XX.
La edad crítica viene a ser el punto culminante de la labor endocrinológica del médico madrileño, situada en medio de su estudio sobre La doctrina de las secreciones internas y su discurso de recepción, de 1922, en la Academia de Medicina, Problemas actuales de la doctrina de las secreciones internas.
Sus estudios endocrinos los relaciona con los psicológicos y de esta fusión surge una gran cantidad de publicaciones en las que explica la relación entre la adrenalina y las emociones. Se trata de artículos en revistas internacionales y nacionales, ponencias en congresos fuera de nuestro país, conferencias en centros universitarios, etc. Estos trabajos de Marañón se incorporaron, en buena medida, a la Teoría de Cannon sobre la emoción; durante los años 20, este importante fisiólogo de la Universidad de Harvard y el médico español, mantuvieron correspondencia científica.
Después de la Guerra Civil publica su famoso Manual de Diagnóstico Etiológico que, aún siendo un éxito entre sus colegas, fue silenciado en las revistas científicas; por eso, en el prólogo a la segunda edición, Marañón se quejaba de que su obra había “nacido en el silencio y difundido en la penumbra”.
De antes de la Guerra Civil son los Tres ensayos sobre la vida sexual, un libro que causa escándalo y tiene, según propia confesión, “una gran influencia en el odio de parte de los españoles, de la sociedad española, hacia mí, por suponerlos anticatólicos, y no lo son”.