Soldado del espíritu, el investigador defiende a su patria con el microscopio, la balanza, la retorta o el telescopio (Santiago Ramón y Cajal)

30 enero, 2011

La educación científica en el siglo XVIII

Los ilustrados son especialmente firmes partidarios de la capacidad transformadora de la educación; la educación empieza a ser valorada en su justa medida. En este sentido, la labor de Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811) tiene una importancia capital y sus aportaciones son extremadamente lúcidas. El sugerente título de su discurso de 1794: Oración sobre la necesidad de unir el estudio de la literatura al de las ciencia es un ejemplo espléndido del impulso didáctico-pedagógico intentado por el asturiano. En él recomienda que los hombres de ciencia tengan una formación humanística: “Si las ciencias esclarecen el espíritu, la literatura le adorna; si aquéllas le enriquecen, ésta pule y avalora sus tesoros; las ciencias rectifican el juicio y le dan exactitud y firmeza; la literatura le da discernimiento y gusto y le hermosea y perfecciona”; y más adelante, “Ellas nos presentan las ciencias empleadas en adquirir y atesorar ideas, y la literatura en enunciarlas; por las ciencias alcanzamos el conocimiento de los seres que nos rodean, columbramos su esencia, penetramos sus propiedades, y levantándonos sobre nosotros mismos, subimos hasta su más alto origen. Pero aquí acaba su ministerio y empieza el de la literatura, que después de haberlas seguido en su rápido vuelo, se apodera de todas sus riquezas, les da nuevas formas, las pule y engalana, y las comunica y difunde, y lleva de una en otra generación”.
Poco antes de iniciarse la segunda mitad del siglo el marqués de la Ensenada pensaba que las universidades funcionaban de la siguiente manera: “Se hace patente la falta de disciplina académica, los abusos de las matrículas, la liviandad de los libros de texto, el poco amor al estudio de los escolares y el mal funcionamiento del mecanismo universitario... Es preciso reglar las cátedras, reformar las superfluas y establecer, o crear, las necesarias; disminuir la pompa y la colación de los grados; exigir la especialización a cuantos opositaran a las cátedras; acabar con las parcialidades, rivalidades y debilidades en los centros docentes; exigir la emulación escolar y la seriedad científica en los libros de texto; ordenar a los profesores un mayor ahínco en inculcar a los estudiantes el amor a la patria; organizar las investigaciones culturales”.
Lo cierto es que la decadente universidad de finales del siglo XVII y de buena parte del siguiente se plasmaba en la dotación presupuestaria de los diferentes centros y de las distintas cátedras de una misma institución; unos y otras se diferenciaban en pobres y ricas. Además, y principalmente, la universidad española se encontraba volcada en los estudios teológicos, lo que se confirma, por ejemplo, con la Real Cédula de 1771, en la que se podía leer que la Universidad de Santiago “fue erigida principalmente para la enseñanza de la teología y para instruir y proveer de curas a las iglesias del reino de Galicia”. La enseñanza es, consecuentemente, escolástica, metodología que impregna todas las disciplinas. De este escolasticismo se quejaba Pablo de Olavide cuando escribía en relación con este método: “...se han convertido las universidades en establecimientos frívolos e ineptos, pues sólo se han ocupado de cuestiones ridículas, en hipótesis quiméricas y distinciones sutiles, abandonando los sólidos conocimientos de las ciencias prácticas”.
El peligro a la novedad, la escasez de espíritu crítico, la aceptación del criterio de autoridad, la relajación de la disciplina, el absentismo del profesorado, los abusos y corrupciones que se daban en los colegios mayores, los certificados de asistencia amañados −que eran condición necesaria para superar el curso académico−, fueron otras de las muchas rémoras que tuvo que soportar la universidad dieciochesca.

23 enero, 2011

El Real Tribunal del Protomedicato

La medicina del siglo XVI era una actividad perfectamente organizada en una enseñanza con una reglamentación muy clara: para ejercer la profesión, después de conseguir el grado de Bachiller en Artes, se debía obtener el de Bachiller en Medicina y trabajar de ayudante de un médico durante dos años. Por entonces, el grado de Licenciado en Medicina facultaba para la docencia y casi ningún médico lo tenía. Más raro era el profesional que poseía el mayor de los grados académicos, el de Doctor en Medicina, ya que no poseía más que carácter honorífico.
En la España del siglo XVI  había cuatro centros universitarios, tres de los cuales se ubicaban en la Corona de Castilla —Salamanca, Alcalá, Valladolid— y uno en la de Aragón: Valencia. La vallisoletana era del mismo tamaño que la de Alcalá y, aunque en ella predominaban los estudiantes de Leyes, tenía una pequeña Facultad de Medicina que llegó a ser el primer centro universitario castellano en el que se realizó la docencia de la anatomía sobre un cadáver; lo que sucedió en 1550. No obstante, hay que hacer notar que, desde el punto de vista médico, la Universidad española más destacada del siglo XVI es la de Valencia.
El Tribunal del Protomedicato debía autorizar y controlar el ejercicio de algunas profesiones relacionadas con la sanidad. Fue creado en el reinado de los Reyes Católicos, en 1477, mediante una Pragmática en la que se constituía un tribunal para “examinar los físicos [médicos], y cirujanos, y ensalmadores, y boticarios, y especieros, y herbolarios, y otras personas que en todo o en parte usaren de estos oficios… para que si os hallaren idóneos, y pertenecientes, les den cartas de examen, y aprobación, y licencia para que usen de los dichos oficios…”.
Durante el siglo XVI esta institución sólo existía en Castilla, en la de Aragón no se implantaría como tal hasta el siglo XVIII, pero realizaban la misma función las cofradías de médicos y otras autoridades nombradas por los responsables municipales.

09 enero, 2011

Unos versos de Ramón y Cajal

Desde muy temprana edad, —y tal y como nos cuenta en su autobiografía titulada Mi infancia y juventud— en el verano de 1864, Santiago Ramón y Cajal se acerca a la literatura para leer alguna “novelilla romántica que guardaba (su madre) en el fondo del baúl desde los tiempos de soltera” y todo a pesar de que en su casa “no se consentían los libros de recreo”. Leyó entonces, con la ansiedad típica del lector que burla “la celosa vigilancia del jefe del hogar”, novelas como El solitario del monte salvaje, La extranjera, La caña de Balzac, Catalina Howard, Genoveva de Brabante.
Más tarde, en la Facultad de Medicina de Zaragoza, desarrolla su “manía literaria”, que se orienta en tres direcciones: las novelas de Víctor Hugo, las poesías de Espronceda y Zorrilla y la oratoria de Emilio Castelar. Escribe unos versos que “eran imitación servil de Lista, Arriaza, Bécquer, Zorrilla y Espronceda, sobre todo de este último, cuyos cantos al Pirata, a Teresa, al Cosaco, etc. considerábamos los jóvenes como el supremo esfuerzo de la lírica”. Porque lo que lo más le “seducía en la poesía del vate extremeño era su espíritu de audacia y rebeldía”.
En las obras inéditas de Cajal se pueden los escarceos versificadores del futuro premio Nobel. A su primer amor, María, amiga de sus hermanas, dedicó el siguiente acróstico:
“Mi corazón libre estaba/Antes que a tus ojos viera./Risueño al sol contemplaba/Y en eterna primavera/Alegre y feliz, soñaba”.
y a una morena de ojos negros le escribe el siguiente piropo:
Cuando a la mañana/tus negras pupilas/se fijan tranquilas/en el cielo azul,/me muero de envidia/me muero de celos;/hasta de los cielos/si los miras tú.
y la protesta en verso que escribió el aragonés a propósito de la huelga de estudiantes contra un catedrático de la Universidad. En el largo texto rimado se dan cita los nombres de compañeros y de profesores; la tituló “Oda a la Commune Estudiantil”, ya que tomó como punto de referencia los hechos acaecidos en 1871 en la Comuna de París.

02 enero, 2011

Un biólogo matemático: Buenaventura Reyes Prósper

Hijo de un facultativo de minas, Buenaventura de los Reyes Prósper (1863-1922) en Castuera (Badajoz). Fue un excelente estudiante en todos los niveles académicos: premio extraordinario de Bachillerato y en la Licenciatura de Ciencias Naturales. En 1885 se doctoró, también con premio extraordinario, con una tesis sobre taxonomía de aves españolas (“Catálogo de las aves de España, Portugal e islas Baleares”), trabajo que mereció el elogio del presidente del Comité Ornitológico Internacional, y por el que se le nombró miembro del Comité Internacional permanente en el Congreso de Budapest.
Sin embargo, su vida iba a estar dedicada a la Matemática ya que su primera vocación de naturalista chocaba con su sedentaria humanidad: de su labor matemática escribió Sixto Ríos que “es la primera muestra española de los que debe ser la actividad central de un matemático a la altura de su tiempo”.
Ventura de los Reyes ganó la Cátedra de Historia Natural en el Instituto de Teruel (1891), también la de Matemática del correspondiente de Albacete (1892), después, por concurso pasó como catedrático de Física y Química al Instituto de Jaén (1893), de donde marchó a Cuenca (1893) primero y Toledo (1898) después. Por último, en la imperial ciudad fue nombrado, por concurso, catedrático de Matemática del Instituto y director del centro.
Su enorme bagaje lingüístico: latín, francés, alemán, algo de inglés e italiano y otros idiomas, le permitieron la lectura de revistas matemáticas extranjeras y el contacto con importantes personajes de esta ciencia, muy especialmente Klein y Lindermann.
La faceta matemática de Reyes Prósper se muestra, principalmente, en dos campos, Lógica y Geometrías no-Euclídeas, siendo, además, el introductor de ambas disciplinas en España.
Reyes Prósper publica en El Progreso Matemático, entre 1891 y 1894, siete trabajos sobre Lógica, que lo acreditan como introductor en los ambientes científicos españoles de la Lógica post-booleana.
Entre 1887 y 1919 ven la luz doce artículos sobre Geometría, de los cuales, los dos más significativos son los que aparecen en la importantísima revista alemana Mathematische Annalen. A Reyes Prósper le cabe por ello el honor de ser el primer español que publica en una revista extranjera.