Soldado del espíritu, el investigador defiende a su patria con el microscopio, la balanza, la retorta o el telescopio (Santiago Ramón y Cajal)

29 marzo, 2011

Quevedo y la alquimia

Entre todas las disciplinas herméticas la alquimia era considerada la más digna, la más noble: el alquimista tenía algún poder muy especial: era capaz de “crear” sustancias a partir de otras; importantes personalidades se sintieron atraídas por los quehaceres alquímicos: Carrillo, arzobispo de Toledo, gastó mucho dinero en quehaceres alquímicos, Felipe II fue un entusiasta de la alquimia y, más tarde, Felipe IV también recurrió a estos saberes.
A pesar de todo la alquimia y los alquimistas siempre tuvieron una mala reputación. En el Sueño del Infierno, de Francisco de Quevedo (1580-1645), podemos leer a Paracelso “quejándose del tiempo que había gastado en la alquimia” y a Hubequer (Joannes J. Weckerus), descrito como “el pordiosero, vestido de los andrajos de cuantos escribieron mentiras y desvergüenzas, hechizos y supersticiones...” Además, Quevedo, personalidad que no se distinguió en modo alguno por el aprecio a sus semejantes, fue extraordinariamente corrosivo con la alquimia y sus practicantes; en el Libro de todas las cosas y otras muchas más podemos leer un fragmento muy gracioso en el que se burla de la profesión y del lenguaje críptico que muchos utilizaban:
“Y si quisieras ser autor de libro de Alquimia, haz lo que han hecho todos, que es fácil, escribiendo jerigonza: "Recibe el rubio y mátale, y resucítale en el negro. ltem, tras el rubio toma a lo de abajo y súbelo, y baja lo de arriba, y júntalos, y tendrás lo de arriba'. Y para que veas si tiene dificultad el hacer la piedra filosofal, advierte que lo primero que has de hacer es tomar el sol, y esto es dificultoso por estar tan lejos." 

22 marzo, 2011

Tres pioneras de la ciencia española

En 1871 fue creada la Real Sociedad Española de Historia Natural, y en 1914 tenía un 2% de mujeres socias. A esta institución pertenecía desde 1920 una de la primeras españolas de cierto prestigio en el mundo de la biología, Dolores Cebrián Fernández Villegas, profesora de la Escuela Normal de Maestras de Madrid; estuvo becada, en 1912, por la Junta para Ampliación de Estudios, para realizar diversos cursos en la Facultad de Ciencias de París y el año siguiente trabajó en el Laboratorio de Biología Vegetal de Fontainebleau. Publicó en 1919, en la revista francesa Comptes rendus des Séances de l’Académie des Sciences, un trabajo en el que explicaba la influencia de la luz sobre la absorción de sustancias orgánicas por las plantas.
Felisa Martín Bravo también es otra mujer destacada por ser la primera que se doctoró en Ciencias Físicas en España; fue en la Universidad de Madrid en 1926. Obtuvo ese grado académico gracias a la labor investigadora realizada, en el Laboratorio de Investigaciones Físicas, sobre las estructuras cristalinas; la tesis estuvo dirigida por uno de los físicos españoles más importantes de la época, Julio Palacios Martínez (1891-1970). Trabajó para determinar la estructura cristalina de los óxidos de níquel y cobalto utilizando rayos X, fue pensionada de la JAE en Estados Unidos y miembro de varias sociedades científicas españolas, la de Física y Química, la de Matemática y de Asociación Española para el progreso de las Ciencias.
En el mundo de las matemáticas la primera mujer que se doctoró en esta especialidad fue María del Carmen Martínez Sancho; lo hizo con una tesis, defendida en 1927, sobre los espacios normales de Bianchi, con la que obtuvo el Premio Extraordinario del doctorado. Pensionada por la Junta para Ampliación de Estudios, amplió conocimientos de geometría multidimensional en Berlín durante un año y medio. Ejerció como catedrática de Matemáticas en Institutos de Bachillerato del Ferrol, Madrid y Sevilla y fue miembro, desde 1925, de la Sociedad Matemática Española, institución que data de 1911.

15 marzo, 2011

Las expediciones del XVIII

Uno de los aspectos más sobresalientes de la ciencia del siglo XVIII español lo constituyen las expediciones científicas. Aunque no se limitaron a esa época, es durante ella cuando la actividad expedicionaria se expresa de una forma más sobresaliente. La segunda mitad del siglo XVIII supuso un fortalecimiento de la monarquía de una manera política y no militar. En efecto, en las tierras americanas se produjo un proceso de “neocolonización” por obra de muchos hombres de ciencia, fue un lugar de destino de científicos españoles (y extranjeros) que iban a inventariar la riqueza florística, zoológica, mineral... de las comarcas allende el Atlántico, porque allí había una riqueza que podía hacer grande a la monarquía: quina, pimienta, clavo, café...
Hay un empeño de los gobiernos ilustrados por promover el estudio y conocimientos de las Ciencias de la Naturaleza; en este sentido, en los Anales de Historia Natural se decía que el gobierno está “ocupado siempre en contribuir a la perfección de esta inmensa obra ha enviado sujetos instruidos a registrar las dilatadas regiones de sus dominios; ha destinado a otros a viajar por la Europa y a tratar con los primeros sabios de las ciencias naturales; ha establecido depósitos y establecimientos análogos a cada una; y ha costeado la publicación de nuestros descubrimientos”.
Tanto la Corona como la iniciativa privada patrocinan expediciones. Son muchas las que tuvieron como finalidad la historia natural: botánica, zoología, geología, etnografía, etc.; también las hubo geográficas: hidrografía, astronomía, geoestrategia, etc.; por último, un conjunto de expediciones tuvo un asunto diverso: médico, de fomento de la agricultura, comercio, etc.
Durante los reinados de Carlos III y de su sucesor en el trono, se organizaron importantísimas expediciones científicas: en Chile y Perú estuvieron entre 1777 y 1788 Hipólito Ruiz (1752-1816) y José Pavón Jiménez (1754-1840); al Reino de Nueva Granada, entre 1783 y 1808, fue José Celestino Mutis y Bosio (1732-1808); en Nueva España anduvieron entre 1787 y 1803 Martín de Sessé y Lacasta (1751-1808) y Vicente Cervantes (1755-1829); Alejandro Malaspina (1754-1809) fue director de un amplio proyecto de estudio, durante 1789 y 1794, de la costa occidental del continente americano y de vastas zonas del océano Pacífico; y, en fin, un gran número de españoles era partícipe de uno de los períodos científicos más fructíferos de nuestra historia. En muchos casos, los datos que proporcionaron sobre los naturales de aquellas tierras fue la fuente de la que bebieron los grandes antropólogos extranjeros del XVIII.
En 1811, cuando la actividad científica española empezaba a detenerse, uno de los más importantes naturalistas de todos los tiempos, Alexander von Humboldt (1769-1859), escribía, en el Ensayo político sobre el reino de Nueva España y en relación con la botánica, lo siguiente: “Ningún gobierno europeo ha invertido sumas mayores para adelantar el conocimiento de las plantas que el gobierno español. Tres expediciones botánicas, las de Perú, Nueva Granada y Nueva España, han costado al Estado unos dos millones de francos. Además se han establecido jardines botánicos en Manila y las islas Canarias. La comisión encargada del trazado del canal de Güines recibió también la misión de examinar los productos vegetales de la isla de Cuba. Toda esta investigación, realizada durante veinte años en las regiones más fértiles del nuevo continente, no sólo ha enriquecido los dominios de la ciencia con más de cuatro mil nuevas especies de plantas; ha contribuido también grandemente a la difusión del gusto por la Historia Natural entre los habitantes del país”.

08 marzo, 2011

Francisco Vera y Fernández de Córdoba

El pueblo de Alconchel (Badajoz) ve nacer en 1888, en el seno de una familia acomodada, a Francisco Vera Fernández de Córdoba. Fue una persona que se interesó por la cultura en cualquiera de sus facetas, pero muy especialmente por el periodismo, la matemática, la historia de la ciencia... Padre de cinco hijos, muere en Argentina en 1967, donde marcha a raíz de la finalización de nuestra última contienda.
Su actividad intelectual fue frenética. Realizó incursiones en el campo de la literatura publicando novelas costumbristas y pseudocientíficas, artículos periodísticos en El Liberal y Nuevo Diario de Badajoz, libros de texto para estudiantes, etc.
Sin embargo, por lo que destacó el extremeño es por su labor como historiador de la ciencia. En este sentido, su obra ha sido punto de referencia de otros cultivadores de esta materia.
Francisco Vera fue uno de los principales impulsores del intento de institucionalización en España de la disciplina con la que ha merecido un reconocido prestigio: en 1934 es uno de los fundadores de la Asociación de Historiadores de la Ciencia Española, de la que fue nombrado secretario perpetuo. Esta asociación inició su andadura con La Ciencia Española en el s. XVII, obra publicada en 1935 y en la que figuran trabajos monográficos de personalidades intelectuales de la talla del padre Agustín Jesús Barreiro (1865-1937), historiador de la Botánica, José Augusto Sánchez Pérez (1882-1958), de la Matemática, etc. El citado texto contiene un trabajo general del extremeño titulado: Esquema y carácter general de la ciencia española en el siglo XVII.
Los trabajos de Vera como historiador de la ciencia se plasmaron también en la dirección de la interesantísima Biblioteca de la Cultura Española, en la que se publicaron antologías de textos de la ciencia española clásica.
Aunque la bibliografía de Francisco Vera Fernández de Córdoba nos indica que cultivó muchas facetas de la cultura, pensamos que su labor como historiador de la ciencia es digna de elogio.


01 marzo, 2011

La ciencia de Gregorio Marañón

En su formación médica participaron muy buenos científicos: el neurohistólogo Santiago Ramón y Cajal (1854-1934),  Manuel Alonso Sañudo (1856-1912), considerado uno de los mejores internistas de su época; Federico Olóriz Aguilera (1855-1912), importante anatomista y antropólogo; Juan Madinaveitia (1861-1938), un estupendo internista que creó escuela en la especialidad de la patología digestiva; y Alejandro San Martín Satrústegui (1847-1908), importante médico autor de significativos estudios de cirugía relacionados con el aparato circulatorio, neuralgias faciales, resección de maxilares superiores, etc.
Marañón, en poco tiempo, dio a conocer los frutos de su trabajo. Aún no había finalizado sus estudios en la Universidad de Madrid cuando, en 1907, publicaba casi 200 páginas de unas Lecciones de Patología Quirúrgica, del curso 1907-1908, tomadas en la cátedra del doctor San Martín.
La primera etapa de la actividad intelectual de Marañón es, eminentemente, médica. En 1910 publicó el libro Quimioterapia Moderna según Ehrlich. Tratamiento de la sífilis por el 606, y artículos en revistas científicas nacionales sobre la enfermedad de Addison, la sífilis y los quistes hidatídicos. Esta actividad fue el resultado de un viaje de formación que realizó a Alemania, después de superar las asignaturas del Doctorado en Medicina, para trabajar en el laboratorio de Paul Ehrlich (1854-1915), que en 1908 recibiría el premio Nobel de Fisiología y Medicina por sus trabajos inmunológicos. Su estancia en Fráncfort tenía la finalidad de mejorar sus técnicas de investigación bioquímica y seguir las enseñanzas de Edinger pero “caí en la gran ciudad de Main en los momentos en que Ehrlich terminaba sus estudios sobre el 606”. El 606 no era más que un derivado arsenical —diamino-dioxi-arsenobenceno, también conocido como salvarsán—, que se llamaba así porque hacía ese número entre los productos químicos de arsénico que había probado el científico alemán para tratar la sífilis.
En 1911 defiende su tesis doctoral sobre “La sangre en los estados tiroideos” y comienza su trabajo en el Hospital General de Madrid. Después, en 1916, publica el primer volumen, de casi un millar de páginas, de su famoso Manual de Medicina Interna, obra en la que él y Teófilo Hernando eran los codirectores de un importante elenco de profesionales de la medicina, entre los que se encontraban Augusto Pi i Sunyer, Gil y Casares, Verdes Montenegro, García del Real y otros. De esta época es uno de sus más importantes libros y uno de los más queridos por su autor: La edad crítica. Estudio biológico y clínico (1919); en él estudia el climaterio desde aspectos muy variados y novedosos para la época: endocrinos, médicos, psicológicos, etc. Esta obra ha sido considerada por Pedro Laín Entralgo (1908-2001), junto con ¿Neuronismo o reticularismo?, de Ramón y Cajal y La unidad funcional, de Pi i Sunyer, una de las tres fundamentales de la literatura médica española del siglo XX.
La edad crítica viene a ser el punto culminante de la labor endocrinológica del médico madrileño, situada en medio de su estudio sobre La doctrina de las secreciones internas y su discurso de recepción, de 1922, en la Academia de Medicina, Problemas actuales de la doctrina de las secreciones internas.
Sus estudios endocrinos los relaciona con los psicológicos y de esta fusión surge una gran cantidad de publicaciones en las que explica la relación entre la adrenalina y las emociones. Se trata de artículos en revistas internacionales y nacionales, ponencias en congresos fuera de nuestro país, conferencias en centros universitarios, etc. Estos trabajos de Marañón se incorporaron, en buena medida, a la Teoría de Cannon sobre la emoción; durante los años 20, este importante fisiólogo de la Universidad de Harvard y el médico español, mantuvieron correspondencia científica.
Después de la Guerra Civil publica su famoso Manual de Diagnóstico Etiológico que, aún siendo un éxito entre sus colegas, fue silenciado en las revistas científicas; por eso, en el prólogo a la segunda edición, Marañón se quejaba de que su obra había “nacido en el silencio y difundido en la penumbra”.
De antes de la Guerra Civil son los Tres ensayos sobre la vida sexual, un libro que causa escándalo y tiene, según propia confesión, “una gran influencia en el odio de parte de los españoles, de la sociedad española, hacia mí, por suponerlos anticatólicos, y no lo son”.